miércoles, 11 de marzo de 2009

" Zancadas " Por Agustín Matías Carulli.



Me arremango la remera, aunque me arrepiento a mitad de camino porque siento el frío que entra por los agujeritos de la persiana que esta entreabierta. Lo que sí, cierro decidido la cortina porque a esta hora de la mañana no tolero la luz, nada, ni un salpicón. Sé que ya deben estar por pasar los viejos camiones de los proveedores que van para el centro, así que me impregno a la almohada para disfrutar ese último momentito hasta que, inevitablemente, empiecen a retumbar los infernales motores en toda la casa. ¡Que suerte la mía! Debe ser la calle mas transitada de la ciudad. Pero bueno, ya estoy acá.
Después del apocalíptico desfile de rugidos, junto fuerzas y me levanto. Tardo un poco, pero llevándome todo por delante, llego al baño. Me pego una ducha, me seco, seco el baño que se inunda y hago todas esas cosas que cansan a uno. Pero no, todavía no.
Desayuno, siempre en medias (no sea cosa que me apure) y me pongo a mirar cualquier canal de noticias, no por las noticias sino porque son los únicos que muestran siempre la hora. Espero dormitando a que sean menos cuarto, me pongo las zapatillas, me saco una, sacudo las piedritas, mes la vuelvo a poner, ¡y ahora sí! Tiempo de correr. Ya hace días que paso el día entero corriendo. Corro por las calles, corro y salto entre las veredas. Pero no lo puedo evitar: corro hasta que vuelvo a casa a la noche y hasta desespero en corridas para tirarme a dormir.
Ya sé, no es raro, hoy acá corremos todos. Nos cruzamos a altas velocidades y nunca distinguimos las caras. Quizás un saludo, pero muy acotado, porque hay que guardar aire para seguir corriendo. Nada de andar hablando, mucho menos tratar siquiera de escuchar. También se que es muy triste, pero no hay mucho tiempo para andar sintiendo, solo hay tiempo de correr y por eso corremos.
¡No! Imposible correr de a dos, ni bien miras a un lado que no sea al frente, uno corre peligro de chocar con uno de tantos postes que hay en la ciudad. Es más, esto no se trata solo de correr, acá corremos y esquivamos. Desde una pequeña piedrita, hasta una diminuta hormiga pueden causar una catástrofe y hacer que nos raspemos hasta el hueso. En ese caso, uno tendría que levantarse y seguir corriendo sin importar el grado de dolor que se siente. Es así, ya estamos acá y no hay vuelta atrás.
Hay gente que corre derecho, muchos otros hacen vistosos círculos y también están los que corren para atrás. Yo, por mi parte, voy dando gigantescas zancadas y cambiando bruscamente de ritmo, así me mantengo entretenido. Pero hoy me canse. Mis piernas no dan para más. Hoy me niego a correr. Seré un rebelde y hasta quizás me marginen, pero hoy no corro mas.
Hoy, cuando salía de casa, me aferre al primer poste que me cruce y no pienso moverme de ahí. Muchos se quejan y me gritan cosas al pasar casi volando por mi lado. Yo solo te espero a vos. No me queda otra.
Como que mis patas quieren seguir dando zancadas, pero me mantengo fuerte con mis brazos y trato de resistir. Hay quienes al pasar a toda máquina, me tironean de la ropa intentando hacerme volver. Me escurro entre sus dedos y me burlo de sus intenciones. Aunque creo que mi aliento seco y mis brazos siempre a punto de soltarse…
¡Basta! Solo te espero a vos, mujer. Se hace tarde. Mis muñecas raspadas y mis labios un poco desarmados. Mi estómago se hunde aún más cuando pienso que esta noche tampoco vas a estar. Perdón mujer. Perdón porque hoy no te fui a buscar…
Cayó la noche. Supe mantenerme agarrado al poste, pero no supe encontrarte. ¿De que sirve correr, si ni sé si te cruzo mujer? Al fin llego a casa. Repleto de ollas sucias y apiladas que esconden un dejo de soledad. Para no perder la costumbre corro acelerado a la cama. No esta nada cómoda. Pero el sueno me puede y me duermo en pocos minutos. Ya sumergido en el surrealismo que ofrece mi mente: ahora vuelo de acá para allá, te abrazo, me escondo, te espío, me río, vuelo un poco más, te cuido, me caigo, te quiero, descanso, respiro, te reís, me río fuerte, te hablo y vos me cantas…
Otro día, otra corrida. El silencio que dejan los camiones después de pasar me aturde un poco. Vivo con el miedo de no tener una primera esposa que llore al pie de mi cama los últimos días antes de mi muerte. Igual, no me quejo. Además, hoy tengo que correr por hoy, y por todo lo que no corrí ayer.
Se hace tarde y yo todavía en medias. De un salto ya estoy en la calle y de repente empecé a correr. Hoy siento frío el viento en mi frente, llueve y estoy más rápido que nunca. Hoy voy y vengo, esquivando postes, piedras, charcos y hormiguitas. Y de vez en cuando escucho un grito de aliento, voces muy parecidas a las de ayer. Pero sigo sin escuchar tu voz mujer…
Son las nueve y corro rumbo a casa. Siete cuadras, seis, cinco, no veo la hora de llegar y tirarme a dormir. Cuatro, tres, dos, me pongo peligrosamente ansioso. Una cuadra, media… ya casi llego, solo un par de zancadas más… ¡No! De repente patino con la sangre que ensucian las baldosas de la carnicería junto a mi casa, y entre charcos y sustancia roja, caigo e impacto fuerte contra el piso. ¡Que suerte la mía! Nadie que me ayude bajo esta lluvia. No tengo mucho tiempo para saber cuanto fue que me lastimé. Lentamente me levanto y llego, al fin, raspado hasta el hueso, a mi hogar. Con las pocas ganas que me quedan abro la puerta bruscamente. El dolor en mi cabeza es profundo. Quizás mañana no pueda correr ni tres cuadras.
Camino a los tropezones por la casa buscando sin suerte algo que me calme. Le hecho un vistazo a la pileta de la cocina, pero todas aquellas ollas desaparecieron y junto con ellas (repugnantes), el dejo de soledad. Un poco mareado, todavía, pero me quedo mudo, esperando escuchar un signo vital en mi casa. Es que creo que alguien anda por acá y yo no lo invité. Apenas me callo, se escucha un respiro que desfasa con el ritmo acelerado del mío. Rápidamente doy media vuelta de un salto…
Su figura me consuela los ojos. Y casi desvanecido, pregunto con voz temblorosa:
- ¿Sos vos mujer? – La miro fijo y sonríe – Te estaba buscando, no supe encontrarte, perdona si alguna vez te esquive, es que estamos todos corriendo todo el día sin parar, sabes como es…
- No, yo no corro – dice. Su vocecita es suave y dulce - Yo te espero, justo acá, todas las noches…- un cálido silencio y sigue – Es que vos, hombre, llegas todas las noches y, sin mirar siquiera por donde vas, muy confiado, muy seguro, corrés desesperado al cuarto, saltás violentamente a nuestra cama y, bien quietito ahí, te quedas dormido…
No hice más, no dije más. Solo callé y la abracé.


Derechos de autor reservados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario