jueves, 27 de noviembre de 2008

La terrible mujer

Primer cuento del blog.

Volvía muerta de hambre. Su estómago crujía. El tren estaba completamente lleno. Una calurosa tarde de un jueves de verano, Silvia volvía del trabajo. Hambre, sudor, cansancio, eran los adjetivos que describían su estado. La línea mitre colapsaba de gente. El ruido del tren al pasar por las vías. Las personas miraban hacia un horizonte con una cara caída y como sin esperanza. El sudor de las axilas se veía reflejado en las camisas de los trabajadores. “ y con solo 1 pesito, se puede llevar este fabuloso calendario…sin compromiso señora ehh”….Una vendedora ambulante se le acercó . Ellos entraban y salían, anunciando algo que nadie parecería escuchar. Los asientos totalmente destruidos, con grietas que reflejaban la goma espuma amarilla interior.
Luego de un largo viaje, Silvia llegó a la estación villa Adelina donde se bajó para dirigirse a su casa.
“La puta madre, no hay un carajo para comer”, decía Silvia mientras abría la heladera de su casa. Tomó el último yogurt que le quedaba y lo abrió. Deslizó su lengua por el plástico metálico que lo cubría limpiando todo el contenido que había sobre la tapita. Agarró una cuchara, y en tan solo un minuto se terminó todo el postre. Cansada, se tiró en el sillón a ver la tele, mientras sus parpados le pedían a gritos que los cierre.
Se despertó. Hacía mucho frío. Estaba todo oscuro y los objetos que decoraban el cuarto tomaban un tono azul con el reflejo de la luna. Apagó la tele y se dirigió hacia al baño. Se miró en el espejo y se encontró con su pálido rostro, cansado y con ojeras. La luz del baño se volvió un espiral y Silvia se sentía distinta. Temblaba y la veía entrar. Pero su tamaño era grande. Muy grande. Gigantesco. Y la sombra formaba una especie de animal amenazador.
Los llantos y gritos de Silvia se hicieron escuchar.

Otra vez no. Hija de puta!!. Te odio!!. Hija de puta!!

Se inclinó en el inodoro con el cuerpo totalmente sudado y empezó a vomitar. La imagen se achicó hasta que desapareció. Silvia se sentó al lado del inodoro abrazando sus piernas y llorando. Lloraba por algo que realmente la angustiaba. Y mientras sus llantos rompían el silencio de la habitación palabras plagadas de pena salían de su boca. Se levantó lentamente y tomó el teléfono.

- Tuve una recaída, decía mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
- Bueno , quedate tranquila que voy para allá, le respondió el doctor.

Pensó en cosas para calmarse. Ahora el jazz, la luz, la tasa de té, las galletitas de agua y su figura reposando sobre el sillón formaban parte del escenario. Eran las tres de la mañana. Escuchó el auto del doctor.

- Silvia fueron muchos años de tratamiento
- No la puedo olvidar doctor, era igual a ella.
- ¿Estuviste tomando la medicación que te deje? Mira Silvita las cosas así no pueden seguir
- No quiero volver
- Yo tampoco quiero que vuelvas pero puede ser muy peligroso si seguís así

Silvia se tomó la cara con las dos manos y rompió en llantos.

- No doctor, otra vez no.
- Ya pedí una ambulancia querida.

El doctor sacó una larga jeringa y sin que la mujer se diese cuenta la pinchó.

Se levantó como de costumbre en la sala blanca, con el mameluco blanco y sobre camilla blanca. El infierno blanco. Junto a ella los acostumbrados fármacos que debía consumir. Al lado de su habitación sintió los gritos de una persona. Pensó en el típico drogadicto con síndrome de abstinencia. No podía entender como algunos jugaban con su vida sin valorarla mientras ella estuvo condenada a todas las miserias que vivió. Muy lentamente se bajó de la camilla y se acercó a la puerta donde pudo escuchar al doctor y a otra persona. Parecía un juez.

- Con tan solo diez años fue muy fuerte lo que paso señor juez.
- Es la cuarta víctima doctor.
- Hace cinco años que no sucedía nada y ella trabajaba sin ningún problema
- ¿Porque no le dice eso a toda la familia Gusmante?

Estaban hablando de ella. Silvia se preguntaba que había hecho. Como había sido. Un terrible recuerdo enfrío su piel. El tren. La gente rodeando a alguien tirado. Ver a la terrible mujer. Ella corriendo.

- Señor juez, la pobre mujer con tan solo diez año vio a su familia morir antes de ser violada por nada menos que su tía. ¿Comprende eso?
- No justifica las tres señoras que tiene en su haber y la otra pobre que se salvó de milagro.
- Fue tan solo una vez que se olvido su medicación. ¿ No entiende lo difícil que es para ella encontrarse con el rostro de su tía al ver otras mujeres parecidas?
- ¿La señora Silvia lo llamó a usted para confirmarle su asesinato?
- No. Me dijo que tuvo una recaída, como le ocurre cada tanto. Se imagina a la tía en tamaños gigantescos acercándose a ella.


Silvia se sentó en el rincón contemplando unos dibujos. En ellos se veían cuatro mujeres. Todas eran muy parecidas. Su tía dibujada más grande y sobre el resto de los rostros. Sacó un marcador negro, le sacó la tapa y quiso recordar a la próxima mujer que dibujaría en la pared. Pero ¿Cómo era?
Un recuerdo. El tren. El calor. “y con solo 1 pesito, se puede llevar este fabuloso calendario…sin compromiso señora ehh”. La vendedora ambulante.

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